Hilo de hoy, El Ritmo de la Guerra, Interludio I: Sylphrena.
🎨 Por Clarinking
El capĂtulo de hoy empieza con Syl paseando en Urithiru previo a una alta tormenta. Kal duerme, eso la alegra, pero le gustarĂa saber como ayudarlo. ÂżAlcanza con que encuentre un nuevo propĂłsito?
A veces Syl sentĂa como si tuviera dos cerebros. Uno era el cerebro responsable, el que la habĂa llevado a desafiar a los honorspren y a su padre al buscar a Kaladin y formar un vĂnculo.
Ese era el cerebro que Syl anhelaba que la controlara. Se preocupaba de las cosas importantes: la gente, el destino del mundo y descubrir qué significaba en realidad ser de Honor.
Pero tambiĂ©n tenĂa otro cerebro. Ese otro se quedaba fascinado por el mundo y se comportaba como si perteneciera a una niña. ÂżUn ruido fuerte? ¡Pues tocaba ir a ver quĂ© lo habĂa provocado! ÂżMĂşsica desde el horizonte? ¡Pues a volar de un lado para otro, ansiosa y expectante!
«Él tambiĂ©n tiene dos cerebros —pensó—. Un cerebro luminoso y otro oscuro.» DeseĂł poder entender a Kaladin. Necesitaba ayuda. A lo mejor bastarĂa con su nueva tarea. Syl deseaba desde lo más profundo que bastara.
Syl entra en la Tormenta, pide al Padre Tormenta poder sentir lo que Kal, el le dice que no es un apéndice de los humanos, que puede decidir, ella dice que decide ayudar a Kal.
Sube a la cima de la torre y encuentra a Dalinar y como hizo con el Padre tormenta, solicita ayuda.
—Él es distinto, ¿verdad? —dijo Syl—. Peor, porque su propia mente combate contra él.
—Distinto, sà —respondiĂł Dalinar—. Pero ÂżquiĂ©n puede decir quĂ© es peor y quĂ© es mejor? Todos tenemos nuestros propios Portadores del VacĂo a los que destruir, brillante Sylphrena.
Nadie puede juzgar el corazĂłn de otro ni sus escollos, pues nadie puede conocerlos de verdad.
—Yo quiero intentarlo —dijo ella—. ¿Tú puedes hacerme comprender las emociones de Kaladin? ¿Puedes hacerme sentir lo que le está pasando?
—Aunque pudiera hacer lo que me pides —dijo—, no estarĂa bien.
—Entonces nunca seré capaz de ayudarlo.
—Puedes ayudar sin saber exactamente qué siente. Puedes estar presente para que se apoye en ti.
—Lo intento. A veces no parece desear ni mi presencia.
—Seguro que esos son los momentos en los que más te necesita. Nunca podemos conocer el corazón de otra persona, brillante Sylphrena, pero todos sabemos lo que es vivir y sufrir dolor.
—¿Qué dolor siente un spren?—preguntó Dalinar.
—Él murió. Mi caballero, Relador. Fue a luchar, a pesar de su edad.
No debió hacerlo, y cuando lo mataron me dolió. Me sentà sola. Tan sola que empecé a perder el rumbo…
Dalinar asintiĂł.
—Sospecho que Kaladin siente algo parecido, aunque por lo que tengo entendido de su dolencia, en Ă©l no tiene una causa especĂfica. A veces empezará a… perder el rumbo, como tĂş lo llamas.
—El cerebro oscuro —dijo ella.
«A lo mejor es que ya puedo entender a Kaladin —pensó Syl—. Yo también tuve un cerebro oscuro, durante un tiempo.»
TenĂa que recordar cĂłmo habĂa sido aquello. Se dio cuenta de que su cerebro responsable y su cerebro infantil coincidĂan en esforzarse mucho por olvidar aquella parte de su vida. Pero era Syl quien tenĂa el control, no ninguno de esos dos cerebros.
Tal vez, si recordaba cĂłmo se habĂa sentido en aquellos dĂas oscuros y antiguos, podrĂa ayudar a Kaladin en sus dĂas oscuros y actuales.