El ritmo de la Guerra: Capítulo 12

El ritmo de la Guerra: Capítulo 12

Hilo de hoy, Capítulo 12 de El ritmo de la Guerra, un paseo por la depresión de Kaladin, y como bien lo indica su nombre,

Una forma de ayudar.

Imposible no sentirte identificado con varias de las cosas de este capítulo si pasaste por algo así.

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En esos momentos no podía pensar nada más doloroso que la forma en que todos intentaban animarlo. Podían sentir que Kaladin estaba bajo de animos.

Lopen contó un chiste particularmente malo. Cikatriz pidió una sesión de entrenamiento, lo cual era su forma de ofrecerle ayuda.

Sigzil, mostrando admirable templanza, le dijo que los informes de batalla podrían esperar. Tormentas. ¿Tan mal aspecto tenía?

Syl revoloteaba inquieta y por fin se marchó volando.

Tengo que ir con cuidado para que esto no la hunda -pensó Kaladin-. Mantener una fachada fuerte por ella, por todos ellos. No deberían sufrir por como me siento yo. Podía hacer aquello con dignidad. Librar esa última batalla.

Oye dijo -dijo Leyten-. ¡Roca! No tendrás algo de estofado, ¿verdad? ¿por los viejos tiempos?

Kaladin se volvió. La palabra estofado logró penetrar la nube.

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-¡Recuerdas las glorias de la buena cocina! Pero... No podrá ser, tengo una cita.

-No será con los cirujanos? -intervino Kara- No creo que puedan hacer nada con tu aliento.

Roca profirio una risotada.

Crees que rio de lo que has dicho? Tarada por el aire, rio porque crees que esa broma tiene gracia.

Kaladin sonrió. Una sonrisa autentica, por un momento.

El grupo se dividió, y Kaladin se vio rechazando las ofertas de todos. Como debería hacerlo un capitán, con un asentamiento que indica, tengo cosas importantes que hacer.

Nadie le insistió, aunque Kaladin habría deseado que alguien lo hiciera.

Mantuvo la expresión adecuada hasta llegar a sus aposentos y se enorgulleció de ello.

Entonces entró y encontró la nada, el vacío.

Todos los honores que le habían concedido parecían resaltar lo hueca que era su existencia. Los titulos no llenaban de vida una estancia. Aun así, Kaladin se volvió y cerró la puerta con un firme empujón.

Solo entonces se vino abajo. Ni siquiera llego a la silla. Se hundió de espalda a la pared, al lado de la puerta. Intentó desabrocharse la casaca, pero terminó inclinándose hacia adelante con los nudillos apretados contra la frente, hundidos en la piel mientras hiperventilaba.

Inhaló profundas bocanadas de aire, temblando y sacudiéndose.

No podía llorar. No salía nada. El quería sollozar, porque al menos supondría liberación. Pero en vez de eso, se quedo acurrucado, los nudillos apretados contra las cicatrices de su frente, deseando poder marchitarse y desaparecer. Como los ojos de una victima de hoja esquirlada.

Fuera, a la cegadora luz del sol, era fácil fingir, pero allí dentro Kaladin veía las cosas claras.

Solo vas a seguir sufriendo.

Era imposible construir algo duradero, así que ¿Para que intentarlo? Todo terminará pudriéndose. Nada era permanente. Ni siquiera el amor.

Solo hay una respuesta.

Llamaron a la puerta.

Adolin entró sin permiso, con una traicionera Syl al hombro, y sonreía, por supuesto, el muy tormentoso.

-Hoy vas a venir conmigo, nada de excusas. Te deje escapar la semana pasada.

-A lo mejor es que no quiero pasar tiempo contigo, Adolin.

El alto principe titubeó, pero luego se inclinó hacia delante, entornó los ojos y acercó la cara a la de Kaladin.

-Dime la verdad -pidió adolin-. Júramelo, Kaladin. Dime que esta noche deberíamos dejarte solo. Quiero que me lo jures.

A modo de reflexión final en este cap vemos cosas que probablemente nos hayan pasado, mantener fachada, el deseo de que alguien te insista, el horror del momento en el que estas finalmente solo con vos mismo, desesperación, frustración, pensamientos intrusivos.

Pero también hubo una sonrisa autentica, un palabra que traspaso la nube, amigos que intentaron como pueden, amigos que insistieron, se preocuparon y nos demuestran que están y nos quieren. Por eso peleamos, por eso elegimos fuerza antes que debilidad.

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